viernes, 27 de febrero de 2009

Los hombres no deben llorar

¿Y qué hacer entonces cuando los sentimientos se revuelcan con su soledad mientras que ella se revuelca con alguien más? ¿Qué carajos hacer cuando el corazón comienza a quebrarse lentamente sin remedio, al punto de caer en la locura? Desde siempre fuiste un hombre fuerte, valeroso, con grandes capacidades inclusive metafísicas, gran poder sexual y hasta voz para cantar o hipnotizar hasta la fiera más agresiva al hablarle dulce… y por la misma razón te ocultaste: por no tener la valentía de soportarte en tu propia realidad, por no querer aceptar tu propia valía…

Y es ahí cuando pedías a gritos un poco de atención que eleve el estima que por momentos decidiste enterrar solamente porque te hicieron creer que los hombres deben sufrir… pero no llorar. Los mejores lugares para comer, las mejores escuelas para estar, los mejores automóviles que podías poseer, inclusive las mejores citas que pudieras llegar a tener por el simple gusto que un hombre debe de experimentar… pero no llorar. Tener tres, cuatro o hasta decenas de parejas sexuales sólo por el hecho de juntar experiencia para ser un tigre en la cama… sin poder llorar.

Y el tiempo pasó y decidió que era tiempo de que te volvieras proveedor de una mujer a la cual tienes que poseer celosamente de la mirada de otros, por el miedo a ser comparado y superado por cualquier pelafustán que le dé un sexo maravilloso, una casa en las lomas, en Europa o hasta en la playa… por el hecho que un hombre debe sufrir… pero no llorar.

Por lo mismo cuestionas tus actitudes pasadas: agresivo, infiel, duro, sin corazón… sólo por no querer sacar a flote tus inseguridades y debilidades, y es cuando llegan a ti las fabulosas leyes universales que por más que quieras mandar al carajo te encuentran y te cobran por momentos hasta de más… haciéndote creer más fervientemente que, en efecto, el hombre debe sufrir… pero no llorar.

Desde niño te inculcaron valores, templanza y sabiduría; te mostraban la imagen de papá siendo “El Hombre”: poderoso, varonil, gran proveedor, gran bestia sexual, gran trabajador… sin sentimientos. Y así fuiste creciendo hasta que tus héroes de infancia se quedaban traspapelados en historietas… al igual que tu padre; y regresan las benditas ganas de llorar… pero recuerdas que los hombres no lloran y es por eso que regresabas a tu cuarto, tal y como lo hiciste esa vez que te enteraste que tu pareja se acostó con ese varón que más odias, tal y como lo hiciste cuando te volvieron a poner el famoso casco de vikingo, tal y como lo hiciste esa vez que atropellaron a la que pudo ser el amor de tu vida, tal como lo hiciste cuando la mujer de tus sueños se fue un mes por tus mentiras y se encontró con el amor, tal como lo hiciste esa vez que te golpearon una y otra vez…

¿A qué regresabas a encerrarte en ese cuarto? A sentir el placer de llorar mientras tus entrañas se destruyen; a sentir como tu cuerpo se desinfla por el llanto, la rabia, el dolor… y hasta el odio; a sentir esa presión en el pecho que explota cuando tu corazón se parte en dos; a sentir que tu vida no vale, escuchando canciones que te apoyan a conseguir tu anhelado sufrimiento…
Mientras tanto, te mantienes ocultando tu lamento para que nadie lo vea, maldiciendo la conciencia del guerrero por no poder arrojar culpas a otros por simple ley de amor, recordándote que eres hombre… y que no debes llorar.

lunes, 23 de febrero de 2009

15 de octubre de 2008

Estas viejo.

El 15 de octubre te volví a ver.

Ya sé que no tiene nada de raro que el 15 de octubre hayas estado en La Florida, pero lo cierto es que no esperaba verte, aunque siendo honesta llevaba varias semanas soñando contigo; ese es el porqué de los posts anteriores.

Lo raro no es que tú hayas estado ahí, lo raro es yo haya estado ahí. Digo vivo enfrente y tal, pero no había entrado al Colegio desde el Pregón de mi hermano en el 2006. Yo no iba a ir de hecho, pero necesitaba vivir misa en la vieja capilla, no sé, tal vez algo de volver a las raíces. Por eso fui a la misa para ex alumnos. Me asombra como se acomodó todo para que te viera. No iba a ver la obra después del Servicio, pero una monja muy querida me garró de rehén y me obligo a ir. Los dos llegando a la puerta al mismo tiempo (¿y si no me he fumado el cigarro en la esquina esperando unos minutos, no te hubiera visto?), yo estaba muy arreglada porque había ido a comer con alguien. Señales y portentos, quizás.

Bueno el punto es que estabas ahí. Me viste, lo sé. Pero tan rápido como mis ojos se fueron de los tuyos, volteaste la cara. Ibas con ella, se ve bien, siempre fue muy bonita aunque iba vestida como leñadora (¿qué? Yo también soy hija de Eva y la vanidad es palabra hermana de la palabra mujer).

Lo que me afectó fue verte a ti tan, tan… tan viejo. No se creo que no me di cuenta que en 6 años, obvio ibas a cambiar, pero ¿tanto?. Estas mas gordito y mas calvo, si cabe. Te veías enfermo ¿lo estabas?, ¿O ese ceño tan molesto es parte de tu rostro de manera natural?. Ciertamente no lo recuerdo. No recuerdo que esos ojos, que fueron mi condenación, estuvieran enmarcados por esa mueca tan molesta.

En fin, para mi maldita suerte mi boletillo del auditorio me situó a dos filas detrás de ti. De verdad yo no quería, de hecho el acomodador y yo peleamos porque yo no quería ese lugar. Fue cuando volteaste y me viste de nuevo. No te pude sostener la mirada más de dos segundo ¿para qué?

Así pasamos las dos horas que duró la obra. Yo viéndote de reojo y tú volteando de vez en vez. Es curioso, pero por dos horas, otra vez tuve 16 años. ¿De verdad habían pasado 6 años desde la última vez que te vi? Y por dos horas hicimos ese baile que tanto perfeccionamos, el de te veo pero no te veo, te veo pero no quiero verte.

Estás viejo. No lo digo por tu edad, solo tienes 30 años, pero te veías muy viejo. Estás panzón y el poco pelo que tenías ya ni siquiera es un recuerdo, y te veías gris, al menos tú cara se veía así. No se cómo estén tus ojos, no me permití verte a la cara lo suficiente para verlos, porque Dios sabe que no tengo defensas contra ellos.

Estás muy acabado.

¿Y quieres saber lo más jodido de todo esto? Que con todas esas cosas, tu calvicie, tu ceño, tu barriga, tu color y tal, si me has dicho una sola palabra igual me hubiera lanzado a tus brazos. Te he extrañado mucho y lo mierda del asunto es que me di cuenta de qué tanto el 15 de octubre.

Pero estás con ella y eso lo respeto más allá de lo que entenderías. Es por eso que cuando acabó la obra, salí sin decir nada, sin que me vieras aprovechando la confusión.

Y es por eso que le ruego a Dios no volver a verte. Siempre estarás en mi corazón y eso no va a cambiar, pero ojalá no vuelva a verte. Hoy repito este 15 de octubre en mi cabeza, lo no dicho, lo no hecho. Pero prefiero mis recuerdos, ahí te tengo feliz, inteligente y logrado.

Todas las noches pediré a Dios por ti, para que lo que vi el miércoles haya sido solo mis deseos de verte mal, solo maquilas de mi corazón despechado. Pero tanto como me asuste descubrir esa malicia en mí, me asusta mucho más pensar que eres infeliz.

Le rogaré a Dios no volver a verte a cambio de que seas feliz.

¡Sé feliz por amor del cielo!

…porque verte otra vez así de mal, me mataría.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Hotel De Paso

I
- ¿Vas a querer algo?
- Una Sol – contestó Cristina sin ganas en la voz.
- Una matrimonial y dos Soles – ordenó Antonio mientras sacaba de su cartera de piel de cocodrilo una parte de su quincena de 25,000 pesos.
Con movimientos casi automáticos, el encargado del lobby, resguardado detrás de un vidrio con película antibalas y medio atendiendo el partido de futbol que se transmitía esa tarde, intercambió el efectivo por la llave 109 y les indicó con voz distraída que su habitación se encontraba en el primer piso y que las bebidas podían recogerlas en la puerta adyacente al lobby.
- Vamos – dijo Antonio tomando de la mano a su joven secretaria.
Se dirigieron hacia el ascensor. - ¡Qué hueva subir escaleras, sobre todo después de estar como calzón de puta todo el pinche día! – pensó Antonio y recordó que ese día su jefe le había reñido por chambón y lo había retacado de trabajo. – Con este trompito que me voy a tirar hasta se me va a olvidar – suspiró reconfortado y le dio el paso a su acompañante para que ella abordara primero el elevador. Su mañosa caballerosidad le dio oportunidad de saborear con antelación las rebosantes nalgas de Cristina, las cuales amenazaban con reventar el cierre de la falda color azul marino y las torneadas piernas enguantadas con nylon negro translúcido.
Por su parte, Cristina estaba cada vez más y más nerviosas, sentía que el sudor le pegaba la blusa a la espalda y que la cerveza resbalaba de su mano. Intentó sosegarse y recordad por qué estaba ahí. Así que antes de rajarse y salir corriendo por la Calzada de Tlalpan recordó su anterior trabajo y la oportunidad que había dejado escapar. – Por pudorosa y pendeja – se dijo en silencio – el jefe traía un Jaguar y yo buscaba el amor, hazme el favor, como iba a saber que este par de tetas y “gigi” me darían tanto poder – continuó con su diálogo interno. Al instante siguiente se abrieron las puertas del elevador y sin pensarlo avanzó hacia el cuarto con vehemencia y decisión, sin ni siquiera voltear a ver a su acompañante, el cual seguía desvistiéndola con la pupila, el iris, la córnea, la retina y demás pequeños y complejos componentes del ojo humano.
En la penumbra del cuartito de cinco por cinco compartieron la cerveza y se dedicaron a hablar de lo único común que compartían: el trabajo. Parecía como si no tuvieran prisa, la verdad ninguno de los dos la tenía. Ella vivía con su madre decrépita y ya la tenía acostumbrada a sus tardanzas los viernes; él era casado, pero como su esposa “dizque” estaba muy enamorada, se tragaba todos los racimos de mentiras que le ofrecía cuando llegaba tarde a su casa, es que era un ejecutivo importante en la rama de seguros y un puesto así amerita extenuantes juntas en bares o entrevistas especiales, justo como la de esa tarde.
Si bien ninguno de los dos tenía apuro de llegar a su jacal a tiempo, era claro que tampoco querían prolongar la velada. Los dos sabían perfectamente a que iban: Cristina a mostrar que la taquigrafía, la mecanografía y servir café no eran sus mejores cualidades; y Antonio a la conquista de un nuevo territorio, lleno de riachuelos, cavernas y pequeñas y vistosas elevaciones: el sitio perfecto para descansar su deteriorado, erosionado, frío y ventoso terreno marital.
Al terminar la cerveza ambos se callaron, lo demás parecía ensayado, algo así como un script de telenovela o una pelea de box entre Mike Tyson y algún peleador africano invicto, es más, si hubiera sido una película, la escena hubiera sido tan rápida y limpia que ni hubiera habido la necesidad de censurarla, eso si, el director hubiera pasado problemas para hacerla atractiva, pues el potencial de los actores era mediocre. Vino el despoje de ropas, el interludio de caricias hipócritas, los restos de cerveza derramados en las sábanas, besos y arañazos, el coito en su expresión más animal: orgasmo masculino, concierto de jadeos femeninos y promesas, promesas hechas de un macho satisfecho y rendido que supieron a gloria a la hembra abatida y adolorida.


II

El trato estaba firmado, no tenían más que hacer ahí, por lo menos hasta la semana siguiente, así que las prendas entraron más rápido de lo que salieron y casi sin hablarse se dirigieron de nuevo al ascensor. – Te llevo a tu casa – le dijo él como agradeciéndole el acostón – esta bien – respondió ella como si fuera la primera propuesta cumplida. Fueron a dejar la llave al lobby pero otra pareja estaba siendo atendida, así que no tuvieron más que esperar y de paso escuchar la conversación.
- ¿Una King Size, no? – preguntaba ella.
- Como quieras, ¿Cuánto cuesta? – contestó él haciendo una mueca de “yo no se.”
- Sólo son treinta pesos más que la matrimonial – le dijo a su acompañante y por fin se dirigió al encargado del lobby – una King Size por favor. –
Se alcanzó a oír un – Claro que si – y a los pocos segundos los nuevos huéspedes buscaban el cuarto 419 y los viejos, es decir Cristina y Antonio, ingresaban al trafico de las 7 de la noche.
Adriana y Rodrigo recorrieron los pasillos del pequeño hotel envueltos en una nube tan impregnada de nerviosismo que hubiera atraído a una jauría de perros; no era para menos, se trataba de su primera gran experiencia pasional. Iban en pos de su primer nicho de amor: la habitación 419. Como para darse valor el uno al otro, la joven pareja dieciocho añera se tomó de la mano y sólo se soltó para insertar la llave e ingresar a su destino común.
- Ojalá supiera qué hacer – se recriminó ella – es que lo amo tanto... – se apaciguó y recordó el miedo que había sentido cuando Rodrigo la besó por primera vez, ahora era diferente: podía confiar en él, no la penetraría atropelladamente y menos sin protección – estoy segura... lo amo tanto... – se volvió a repetir; como acto reflejo, lo volteó a ver y estaba aun más nervioso que ella – pobrecito – pensó, y para calmarlo propuso – vamos a prender la tele, ¿va? – Desconcertado, Rodrigo aceptó la rara proposición de su novia y se preguntó - ¿Cuántos de los que están aquí estarán viendo la tele? ¡ja! Creo que somos los únicos – el plan de Adriana había funcionado...
- ¡Se supone que yo soy el de la experiencia y resulta que no se absolutamente nada! – giraba como un remolino la mente de Rodrigo - ¡Diablos! Es bellísima... ¿Qué le digo? Lo primero que se te ocurra imbécil... ¡no! Que tal si la cago y pierde la confianza en mí y me deja de querer... – De pronto algo, quizás una piedra o un quiste bloqueó su razón y dejó libre su corazón: imaginó a Adriana desnuda, tal como se lo había prometido... por diez segundos no pudo articular palabra y se la quedó mirando; por primera vez en su vida estaba seguro de algo y tenía que decirlo, así que de su alma salió un sonido muy parecido al zumbido de una abeja – te amo... –
El – yo también – que siguió a la confesión de Rodrigo rompió el dique, permitió que litros de sentimientos apasionados por 36 años arrasaran con las ropas y regaran los cuerpos de Adriana y Rodrigo. No nacieron arbustos ni flores, simplemente se formó un invisible humus que los amantes trataron de quitarse por mas de dos horas sin éxito alguno. Hordas de caricias se pasearon por ambos cuerpos provocando graves estragos en zonas erógenas. También los besos intentaron tragarse la fina capa resultado de la inundación, pero solo la afirmaron más a la epidermis. Era inútil: los dos adolescentes hervían de pasión y no sabían que válvula usar para liberarla; en solitario o vestidos quizás hubieran recurrido al onanismo, ¿pero desnudos... por que no? Si son casi niños, son inexpertos y se aman. No hubo duda alguna, así que con la maestría con la que un niño de diez años conduce un Ferrari practicaron un sexo oral libre de pudor y lleno de conocimiento... él descubrió el templo oculto entre las piernas de Adriana y comprendió porqué algo tan parvo y desconocido como el clítoris puede tener la vastedad y profundidad de un océano de agua de chía; ella confirmo la belleza del sexo masculino en su máxima expresión y por primera vez pudo presenciar el espectáculo pirotécnico, que según Rocío y también ella, era la eyaculación... la cual recorría lentamente la piel de su pecho...
Poco después los dos se bañaron con el primer fuego de ese cirio y se purificaron, se convirtieron en Dioses del Olimpo que jugaban a ser humanos. Nada era ensayado, todo brota del momento, la respiración agitada, el atardecer citadino, labios Adrianezcos paseándose por la espalda de Rodrigo; manos Rodriguescas explorando aquella zona perdida entre la espalda de Adriana y sus nalgas, preguntas indiscretas, promesas sempiternas, conjugación presente y futura del verbo amar... la hora de irse.


III

Con el alma desnuda y el cuerpo vestido, la joven pareja abandonó el cuarto. Al bajar por las escaleras toparon con un hombre entrado en sus treintas que les dedicó una sonrisa muy parecida a un saludo. Este hombre se fue a recargar al barandal con una llave en la mano... esperaba a alguien. Con la mirada siguió inquisitivamente al binomio conjugado que salía por la puerta principal del hotel para abordar el primer pesero con dirección a Taxqueña. Unos cuatro minutos y veintidós segundos después un chico ingresó al hotel, y sin dirigirse al lobby, trepó las escaleras lo más rápido que le permitieron sus piernas.
- Ya estoy aquí – le explicó el joven al sujeto apoyado del barandal con la voz entrecortada por el esfuerzo – la clase duró más de lo acostumbrado y ya sabes como se pone esta pinche avenida cuando te tardas un poco más en salir.
- No te preocupes, nos tocó la misma de siempre, yo llegué temprano y la aparté – lo tranquilizó el otro mientras señalaba la puerta con el número 314.
Como siguiendo un ritual, los dos hombres ingresaron a la habitación prendieron un par de cigarrillos y se pusieron a platicar de lo que les había ocurrido en la semana. A Vladimir, el mayor de los dos, le había ido bien en el trabajo: era defensor de oficio y había tenido una semana tranquila. Boris, por el contrario, había reprobado un par de exámenes semestrales y tenía miedo de las represalias que tomarían en su casa si se enteraran de sus malos resultados. Junto con el aroma del tabaco, surcaron la atmósfera del cuarto temas de política y cultura, pero inevitablemente volvían las preocupaciones de Boris a la charla.
- Descuida mi niño, todo va a salir bien – trató de reconfortarlo Vladimir mientras le acariciaba suave y cariñosamente el muslo. - ¿Qué materias fueron? A lo mejor te puedo ayudar. –
- Física y cálculo – respondió el joven muchacho decepcionado – Tú no puedes hacer nada, el pedo es mío y lo voy a resolver, nada más que no se me pegan esas putas fórmulas. Además, tengo la cabeza llena de Rimbaud... eso de los excesos no me deja concentrar. – Comentó esbozando una leve sonrisa.
Después del segundo cigarrillo y más de treinta minutos de sincera plática, los dos varones se fundieron en un fraternal abrazo, y entre besos, comenzaron a despojarse de sus ropas lenta y ceremoniosamente. Con ropas de Adán, los amantes se dejaron llevar por el sentido del tacto, y poco a poco le dieron paso también al del gusto. – Pobre de mi niño – pensaba Vladimir mientras enroscaba uno de sus dedos en los dorados cabellos de Boris – tengo que hacerlo sentir mejor... – Con este pensamiento en mente, Vladimir volteó su cuerpo hasta darle su espalda a Boris, se inclinó lentamente al frente, ofreciéndole su cuerpo al joven muchacho en primer lugar, algo que nunca había pasado puesto que a Boris le gustaba ser el amante pasivo. A este último le enterneció el detalle de su querido y como agradecimiento, antes de entrar en él, le lleno de besos la espalda. – Wow... que suerte tengo al estar con alguien como Vladimir - pensó Boris mientras saboreaba en su lengua la esencia de la colonia y se ponía el condón con todo cuidado - ¡Cómo me gustaría presentárselo a mi familia, estoy seguro que les caería mejor que la novia de mi hermano... –
La velada fue más larga de lo acostumbrado, pues luego del primer embate amoroso, Boris le devolvió la cortesía a Vladimir y se amaron por segunda vez. El reloj rayaba las doce, pero qué mas da, celebraban ya seis meses de estar juntos y no se habían visto en cuatro días. Con un tercer cigarrillo, y una suculenta cena podían guardar el día para ofrecérselo a Dios en el Día del Juicio Final.


IV

De la misma manera que entraron, a hurtadillas, se fueron. Boris se fue primero y salió por la puerta lateral del hotel, en donde vio a un par de mujeres comiéndose a besos escondiéndose de la mirada curiosa de los transeúntes y del atrevido faro en la calle. Poco tiempo después bajó Vladimir para entregar la llave y sacar su auto: debía recoger a Boris frente el metro Xola, a una cuadra de ahí. Antes de irse logró divisar a un par de prostitutas que llevaban de la mano a dos jóvenes y los introducían con caricias al elevador.
Quizás su destino era la habitación 109, ó la 419, ó tal vez la 314, inclusive un cuarto con jacuzzi y una botella de Appleton especial, da igual... el hotel de paso seguirá despierto, engullendo a hombres y mujeres que piensen que el sexo, el erotismo, el amor y cualquier combinación que nazca de ellos, son algo que no debe faltar en la vida del ser humano... pues es parte vital de su naturaleza.

martes, 17 de febrero de 2009

¿Asesinato?



Me siento muerta. Acabo de matar a un gran amigo, a un hermoso compañeo.


74 veces en total, él albergó mis deseos, temores, sueños y alegrías. Desde 2007 hasta hoy, 17 de febrero de 2009, él me escuchó.


Y hoy yo lo maté. Lo maté porque ya no era una buena amiga con el. Ya no le llamaba, ni le escribía, vamos rara vez lo visitaba, y cuando lo hacía, era para contarle las cosas más superficiales del mundo. así que hice lo cobarde y lo maté para no sentir la culpa de tenerle abandonado.


De cariño le llamaba Pillpoper...porque así me puso el psicologo. Él fue mi terapia y mi guia, mi estandarte y mi torre durante mucho tiempo. Pero el pobre era como la muñeca fea, nadie lo visitaba. Y al final ni siquiera yo lo hacía.


Pillpoper... amigo... yo...


¡Por Dios, era solo un estúpido blog!
Y...entonces ¿por qué siento como que maté a mi mejor amigo?


sábado, 14 de febrero de 2009

Camas

Cuando era muy pequeña, me dieron una cama nueva. No puedo recordar de donde vino, probablemente de alguno de mis primos, porque no puedo imaginar a mis padres teniendo dinero para comprarme una cama.

No importa de donde salió. Era mía y la amaba.


Era de tamaño infantil, con su cabecera y piesera pintadas de rojo. Pero la mejor parte era el trenecito, uno como de caricatura grabado en la madera. Me metía en la cama en la noche para mirar mi tren e imaginar que viajaba en el. Viajaba por todos lados, solo yo, segura en ese trenecito. Era muy chica para conocer de ciudades o países, pero pretendía que iba a la playa o a una granja como las de la TV o los libros. Yo amaba esa camita. En esa cama estaba segura, podía alejarme de los gritos de mi papá y los insultos de mi mamá, de toda la fealdad presente en cualquier otro rincón de mi primera casa.


Cuando nos mudamos al nuevo departamento, papá nos compro a mi hermano y a mi una litera, pero el era muy chico y temía dormir solo, así que se metía en la cama de abajo que era la mía. Recuerdo despertar en las noches con su espalda recargada a la mía; se sentía tan bien no estar sola.


Unos años después tuve mi propia habitación y recuerdo haber rezado para no hacer nada tonto para que me castigarán en ella. Después se volvió el lugar donde me escondía debajo de mi cama individual cuando mi mamá se enojaba conmigo. Un día entró a mi cuarto enojada. Eres una decepción me dijo, eres una basca me dijo, mataste a tu padre me dijo, debí haberte ahorcado cuando naciste me dijo. Recuerdo haberme orinado del dolor y del miedo.


Camas de hotel, camastros, catres, sleeping bags, camas de casas de amigas, camas de casas de retiro, muchas, muchas camas.


Una cama que tenía un tocador con un gran espejo frente a ella. Un día tras horas y horas de escuchar a mi madre decir y hacer cosas que me lastimaban, mire al espejo del tocador frente a mi cama. Una imagen poco piadosa de mi recargada contra la pared acorralada contra la esquina de la habitación, llena de dolor y miedo. Cerré los ojos y traté de no mirar, traté de no ver, traté de no sentir, traté de volver a mi trenecito.


Esa cama era individual. Ahí hice tareas, estudie, comí, y me retorcí dormida, pero jamás encontré la posición correcta para descansar.


Dicen que las camas son como las personas que las usan. La mía, la individual, era dura y estrecha. Recuerdo, un día que mi madre entró a mi habitación para burlarse de mí, tener mi cara presionada contra el colchón, mis puños mordidos por mi boca para no gritar y mi mente, mi alma desgarrada de dolor. No lloré mientras duró, pero cuando terminó, cuando cerró la puerta de mi habitación, lloré hasta que se congeló mi corazón.


Nunca pensé que encontraría la forma de dormir toda la noche, no sin asistencia química al menos. Pero una mañana desperté en una cama individual y me di cuenta de que lo había hecho, había dormido pacíficamente la noche entera. No estaba sola, no más, nunca jamás. Resguardada en fuertes brazos, arrullada y acariciada como a una niña pequeña, segura y amada.


Bromeamos muchas veces con tener una cama del tamaño de un campo de fútbol. Una cama para hacer el amor. Una cama con sábanas de algodón suave, cobijas calientes y almohadones que nos respaldaran al desayunar en ella. Una cama dónde envejecer, juntos. Un sueño para mí, una fantasía como los viajes en mi trenecito. Nunca creí, ni por un minuto que dormiría en otra cama que la individual en la casa de mi madre.


“¿March?”


“¿Quep?”


“¿Me vas a ayudar o no?”


“Perdón, amor”


El me avienta la sábana riendo y hacemos la cama. Nuestra cama. No es tan grande como un campo de fútbol. King size nos dijo el vendedor. “Excelente colchón, muy resistente y cómodo. Podría durarles veinte años”. En ese momento su mano agarró la mía, apretándola fuerte. Nos sonreímos el uno al otro y la compramos en ese instante. Miles de pesos en sábanas, almohadas, cojines, almohadones y varios edredones.


Nunca superamos lo apretado de nuestra primera cama individual. Con el espacio que tenemos de sobra, aún dormimos pegados el uno con el otro, nuestras piernas enredadas, los dos abrazados al cuerpo del otro. Aún ahora, hay veces que despierto con él pegado a mi espalda, abrazándome, amándome, manteniéndome a salvo.


“Necesitamos un colchón nuevo”


“¿Por qué? Adoro este colchón”


“Marchy, amor, ya tiene veinte años de uso”


“Mmm, lo sé, ¿no es eso genial?”


....


Finis


Un extraño primer post para poner


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8. Se vale lanzar retos o propuestas de escritura.
9. Se puede escribir en cualquier idioma, pero preferentemente en español o en inglés.
10. Cualquier duda, aclaración o comentario pueden hacerlo a los administradores.
¡Saludos!


And ... there you go.