miércoles, 18 de febrero de 2009

Hotel De Paso

I
- ¿Vas a querer algo?
- Una Sol – contestó Cristina sin ganas en la voz.
- Una matrimonial y dos Soles – ordenó Antonio mientras sacaba de su cartera de piel de cocodrilo una parte de su quincena de 25,000 pesos.
Con movimientos casi automáticos, el encargado del lobby, resguardado detrás de un vidrio con película antibalas y medio atendiendo el partido de futbol que se transmitía esa tarde, intercambió el efectivo por la llave 109 y les indicó con voz distraída que su habitación se encontraba en el primer piso y que las bebidas podían recogerlas en la puerta adyacente al lobby.
- Vamos – dijo Antonio tomando de la mano a su joven secretaria.
Se dirigieron hacia el ascensor. - ¡Qué hueva subir escaleras, sobre todo después de estar como calzón de puta todo el pinche día! – pensó Antonio y recordó que ese día su jefe le había reñido por chambón y lo había retacado de trabajo. – Con este trompito que me voy a tirar hasta se me va a olvidar – suspiró reconfortado y le dio el paso a su acompañante para que ella abordara primero el elevador. Su mañosa caballerosidad le dio oportunidad de saborear con antelación las rebosantes nalgas de Cristina, las cuales amenazaban con reventar el cierre de la falda color azul marino y las torneadas piernas enguantadas con nylon negro translúcido.
Por su parte, Cristina estaba cada vez más y más nerviosas, sentía que el sudor le pegaba la blusa a la espalda y que la cerveza resbalaba de su mano. Intentó sosegarse y recordad por qué estaba ahí. Así que antes de rajarse y salir corriendo por la Calzada de Tlalpan recordó su anterior trabajo y la oportunidad que había dejado escapar. – Por pudorosa y pendeja – se dijo en silencio – el jefe traía un Jaguar y yo buscaba el amor, hazme el favor, como iba a saber que este par de tetas y “gigi” me darían tanto poder – continuó con su diálogo interno. Al instante siguiente se abrieron las puertas del elevador y sin pensarlo avanzó hacia el cuarto con vehemencia y decisión, sin ni siquiera voltear a ver a su acompañante, el cual seguía desvistiéndola con la pupila, el iris, la córnea, la retina y demás pequeños y complejos componentes del ojo humano.
En la penumbra del cuartito de cinco por cinco compartieron la cerveza y se dedicaron a hablar de lo único común que compartían: el trabajo. Parecía como si no tuvieran prisa, la verdad ninguno de los dos la tenía. Ella vivía con su madre decrépita y ya la tenía acostumbrada a sus tardanzas los viernes; él era casado, pero como su esposa “dizque” estaba muy enamorada, se tragaba todos los racimos de mentiras que le ofrecía cuando llegaba tarde a su casa, es que era un ejecutivo importante en la rama de seguros y un puesto así amerita extenuantes juntas en bares o entrevistas especiales, justo como la de esa tarde.
Si bien ninguno de los dos tenía apuro de llegar a su jacal a tiempo, era claro que tampoco querían prolongar la velada. Los dos sabían perfectamente a que iban: Cristina a mostrar que la taquigrafía, la mecanografía y servir café no eran sus mejores cualidades; y Antonio a la conquista de un nuevo territorio, lleno de riachuelos, cavernas y pequeñas y vistosas elevaciones: el sitio perfecto para descansar su deteriorado, erosionado, frío y ventoso terreno marital.
Al terminar la cerveza ambos se callaron, lo demás parecía ensayado, algo así como un script de telenovela o una pelea de box entre Mike Tyson y algún peleador africano invicto, es más, si hubiera sido una película, la escena hubiera sido tan rápida y limpia que ni hubiera habido la necesidad de censurarla, eso si, el director hubiera pasado problemas para hacerla atractiva, pues el potencial de los actores era mediocre. Vino el despoje de ropas, el interludio de caricias hipócritas, los restos de cerveza derramados en las sábanas, besos y arañazos, el coito en su expresión más animal: orgasmo masculino, concierto de jadeos femeninos y promesas, promesas hechas de un macho satisfecho y rendido que supieron a gloria a la hembra abatida y adolorida.


II

El trato estaba firmado, no tenían más que hacer ahí, por lo menos hasta la semana siguiente, así que las prendas entraron más rápido de lo que salieron y casi sin hablarse se dirigieron de nuevo al ascensor. – Te llevo a tu casa – le dijo él como agradeciéndole el acostón – esta bien – respondió ella como si fuera la primera propuesta cumplida. Fueron a dejar la llave al lobby pero otra pareja estaba siendo atendida, así que no tuvieron más que esperar y de paso escuchar la conversación.
- ¿Una King Size, no? – preguntaba ella.
- Como quieras, ¿Cuánto cuesta? – contestó él haciendo una mueca de “yo no se.”
- Sólo son treinta pesos más que la matrimonial – le dijo a su acompañante y por fin se dirigió al encargado del lobby – una King Size por favor. –
Se alcanzó a oír un – Claro que si – y a los pocos segundos los nuevos huéspedes buscaban el cuarto 419 y los viejos, es decir Cristina y Antonio, ingresaban al trafico de las 7 de la noche.
Adriana y Rodrigo recorrieron los pasillos del pequeño hotel envueltos en una nube tan impregnada de nerviosismo que hubiera atraído a una jauría de perros; no era para menos, se trataba de su primera gran experiencia pasional. Iban en pos de su primer nicho de amor: la habitación 419. Como para darse valor el uno al otro, la joven pareja dieciocho añera se tomó de la mano y sólo se soltó para insertar la llave e ingresar a su destino común.
- Ojalá supiera qué hacer – se recriminó ella – es que lo amo tanto... – se apaciguó y recordó el miedo que había sentido cuando Rodrigo la besó por primera vez, ahora era diferente: podía confiar en él, no la penetraría atropelladamente y menos sin protección – estoy segura... lo amo tanto... – se volvió a repetir; como acto reflejo, lo volteó a ver y estaba aun más nervioso que ella – pobrecito – pensó, y para calmarlo propuso – vamos a prender la tele, ¿va? – Desconcertado, Rodrigo aceptó la rara proposición de su novia y se preguntó - ¿Cuántos de los que están aquí estarán viendo la tele? ¡ja! Creo que somos los únicos – el plan de Adriana había funcionado...
- ¡Se supone que yo soy el de la experiencia y resulta que no se absolutamente nada! – giraba como un remolino la mente de Rodrigo - ¡Diablos! Es bellísima... ¿Qué le digo? Lo primero que se te ocurra imbécil... ¡no! Que tal si la cago y pierde la confianza en mí y me deja de querer... – De pronto algo, quizás una piedra o un quiste bloqueó su razón y dejó libre su corazón: imaginó a Adriana desnuda, tal como se lo había prometido... por diez segundos no pudo articular palabra y se la quedó mirando; por primera vez en su vida estaba seguro de algo y tenía que decirlo, así que de su alma salió un sonido muy parecido al zumbido de una abeja – te amo... –
El – yo también – que siguió a la confesión de Rodrigo rompió el dique, permitió que litros de sentimientos apasionados por 36 años arrasaran con las ropas y regaran los cuerpos de Adriana y Rodrigo. No nacieron arbustos ni flores, simplemente se formó un invisible humus que los amantes trataron de quitarse por mas de dos horas sin éxito alguno. Hordas de caricias se pasearon por ambos cuerpos provocando graves estragos en zonas erógenas. También los besos intentaron tragarse la fina capa resultado de la inundación, pero solo la afirmaron más a la epidermis. Era inútil: los dos adolescentes hervían de pasión y no sabían que válvula usar para liberarla; en solitario o vestidos quizás hubieran recurrido al onanismo, ¿pero desnudos... por que no? Si son casi niños, son inexpertos y se aman. No hubo duda alguna, así que con la maestría con la que un niño de diez años conduce un Ferrari practicaron un sexo oral libre de pudor y lleno de conocimiento... él descubrió el templo oculto entre las piernas de Adriana y comprendió porqué algo tan parvo y desconocido como el clítoris puede tener la vastedad y profundidad de un océano de agua de chía; ella confirmo la belleza del sexo masculino en su máxima expresión y por primera vez pudo presenciar el espectáculo pirotécnico, que según Rocío y también ella, era la eyaculación... la cual recorría lentamente la piel de su pecho...
Poco después los dos se bañaron con el primer fuego de ese cirio y se purificaron, se convirtieron en Dioses del Olimpo que jugaban a ser humanos. Nada era ensayado, todo brota del momento, la respiración agitada, el atardecer citadino, labios Adrianezcos paseándose por la espalda de Rodrigo; manos Rodriguescas explorando aquella zona perdida entre la espalda de Adriana y sus nalgas, preguntas indiscretas, promesas sempiternas, conjugación presente y futura del verbo amar... la hora de irse.


III

Con el alma desnuda y el cuerpo vestido, la joven pareja abandonó el cuarto. Al bajar por las escaleras toparon con un hombre entrado en sus treintas que les dedicó una sonrisa muy parecida a un saludo. Este hombre se fue a recargar al barandal con una llave en la mano... esperaba a alguien. Con la mirada siguió inquisitivamente al binomio conjugado que salía por la puerta principal del hotel para abordar el primer pesero con dirección a Taxqueña. Unos cuatro minutos y veintidós segundos después un chico ingresó al hotel, y sin dirigirse al lobby, trepó las escaleras lo más rápido que le permitieron sus piernas.
- Ya estoy aquí – le explicó el joven al sujeto apoyado del barandal con la voz entrecortada por el esfuerzo – la clase duró más de lo acostumbrado y ya sabes como se pone esta pinche avenida cuando te tardas un poco más en salir.
- No te preocupes, nos tocó la misma de siempre, yo llegué temprano y la aparté – lo tranquilizó el otro mientras señalaba la puerta con el número 314.
Como siguiendo un ritual, los dos hombres ingresaron a la habitación prendieron un par de cigarrillos y se pusieron a platicar de lo que les había ocurrido en la semana. A Vladimir, el mayor de los dos, le había ido bien en el trabajo: era defensor de oficio y había tenido una semana tranquila. Boris, por el contrario, había reprobado un par de exámenes semestrales y tenía miedo de las represalias que tomarían en su casa si se enteraran de sus malos resultados. Junto con el aroma del tabaco, surcaron la atmósfera del cuarto temas de política y cultura, pero inevitablemente volvían las preocupaciones de Boris a la charla.
- Descuida mi niño, todo va a salir bien – trató de reconfortarlo Vladimir mientras le acariciaba suave y cariñosamente el muslo. - ¿Qué materias fueron? A lo mejor te puedo ayudar. –
- Física y cálculo – respondió el joven muchacho decepcionado – Tú no puedes hacer nada, el pedo es mío y lo voy a resolver, nada más que no se me pegan esas putas fórmulas. Además, tengo la cabeza llena de Rimbaud... eso de los excesos no me deja concentrar. – Comentó esbozando una leve sonrisa.
Después del segundo cigarrillo y más de treinta minutos de sincera plática, los dos varones se fundieron en un fraternal abrazo, y entre besos, comenzaron a despojarse de sus ropas lenta y ceremoniosamente. Con ropas de Adán, los amantes se dejaron llevar por el sentido del tacto, y poco a poco le dieron paso también al del gusto. – Pobre de mi niño – pensaba Vladimir mientras enroscaba uno de sus dedos en los dorados cabellos de Boris – tengo que hacerlo sentir mejor... – Con este pensamiento en mente, Vladimir volteó su cuerpo hasta darle su espalda a Boris, se inclinó lentamente al frente, ofreciéndole su cuerpo al joven muchacho en primer lugar, algo que nunca había pasado puesto que a Boris le gustaba ser el amante pasivo. A este último le enterneció el detalle de su querido y como agradecimiento, antes de entrar en él, le lleno de besos la espalda. – Wow... que suerte tengo al estar con alguien como Vladimir - pensó Boris mientras saboreaba en su lengua la esencia de la colonia y se ponía el condón con todo cuidado - ¡Cómo me gustaría presentárselo a mi familia, estoy seguro que les caería mejor que la novia de mi hermano... –
La velada fue más larga de lo acostumbrado, pues luego del primer embate amoroso, Boris le devolvió la cortesía a Vladimir y se amaron por segunda vez. El reloj rayaba las doce, pero qué mas da, celebraban ya seis meses de estar juntos y no se habían visto en cuatro días. Con un tercer cigarrillo, y una suculenta cena podían guardar el día para ofrecérselo a Dios en el Día del Juicio Final.


IV

De la misma manera que entraron, a hurtadillas, se fueron. Boris se fue primero y salió por la puerta lateral del hotel, en donde vio a un par de mujeres comiéndose a besos escondiéndose de la mirada curiosa de los transeúntes y del atrevido faro en la calle. Poco tiempo después bajó Vladimir para entregar la llave y sacar su auto: debía recoger a Boris frente el metro Xola, a una cuadra de ahí. Antes de irse logró divisar a un par de prostitutas que llevaban de la mano a dos jóvenes y los introducían con caricias al elevador.
Quizás su destino era la habitación 109, ó la 419, ó tal vez la 314, inclusive un cuarto con jacuzzi y una botella de Appleton especial, da igual... el hotel de paso seguirá despierto, engullendo a hombres y mujeres que piensen que el sexo, el erotismo, el amor y cualquier combinación que nazca de ellos, son algo que no debe faltar en la vida del ser humano... pues es parte vital de su naturaleza.

1 comentario:

  1. ¿Cómo defines el amor? ¿Lo defines según en la forma en qué amas? ¿Por la cantidad o calidad? ¿Por la forma de quién amas?

    Al final es como dijera Kierkegaard: "Si me etiquetas, me niegas".

    Excelente cuento amigo. Sigue escribiendo así.

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